viernes, 11 de junio de 2010

Capitulo IV.- EL HOYO DE MONA



No se cuál haya sido la reacción de la mayoría de los hombres en el momento que tuvieron su primera experiencia erótica u observaron por primera vez una fémina en traje natural (desnuda), exhibiendo sus excitantes dones y exquisitas vergüenzas. En todo caso, no todos experimentarnos lo mismo, ni tenemos la misma reacción.

La madre de Daniel, vendió la casa de la “Avenida de los Mártires” para comprar otra el la “Cuarenta y dos” del barrio Capotillo, a sólo tres viviendas al Norte de la casa de la abuela “Prieta”, su madre En aquel tiempo, las casas de la Cuarenta y dos estaban una al lado de la otra, formando una recta, a diferencia de hoy, que las viviendas se hayan desordenadas, unas detrás de la otra: Otras compartiendo una pared de madera o de concreto otras cerrando uno que otro callejón.
Exactamente frente a la casa de Irene, la humilde madre de Daniel, vivía una señora banileja (oriunda de Baní, ciudad sureña de la República Dominicana) que respondía al nombre de Rafaela. Esta era la madre de dos niñas y dos niños: una de las niñas era adolescente, delgada, preciosa. de pelo negro y largo: tenía la boca pequeña, nariz fina y una mirada triste y perdida: era una niña delicada y pocas veces se la veía jugar en los patios con las demás chicas de su edad.
Era una noche tibia y oscura, sólo las lámparas jumeadoras (lámpara hecha a mano, que consiste en un envase de metal con una mecha de algodón y llena de gas queroseno y que despiden mucho humo) Iluminaban las casas al interior y el reflejo de la luz por ventanas y puertas hacía un poquito clara la vecindad. Los patios traseros de las viviendas eran lúgubres, grandes y algo fantasmagóricos.
Irene conversaba a la luz de las lámparas en casa de Rafaela, acompañada de Danielito,mientras que Román, Leno, Lili y Mona jugaban sentados en el piso, tratando de auscultar a la otra hermanita que hacía la de paciente de un hospital imaginario: cuando repentinamente aquel extraño movimiento como de tormenta tropical, ocurrió en la vejiga de Mona. Ella sudaba frío y se apretaba la vulva desesperadamente y no aguantando más dijo:
- Mami, quiero ir a la letrina!
- Pero vaya. ¿Quien se lo impide?- Contestó la madre de la niña; ésta a la vez ontestó:
¡Ajá! ¿Sola verdad? Irene compasiva intervino
Déjela ir acompañada, vecina. mire que la pobre tiene miedo.
¿A qué le tiene usted miedo? Preguntó Rafaela y sin esperar respuesta ordenó: — ¡Vaya rápido Y no repingue!
- ¡Lleve uno de esos muchachos.
Ninguno de sus hermanos quiso adentrarse en el montecito do se localizaba la letrina. El “cuco” podría estar cerca esperando a cualquier niño que le sirviera de cena: por lo que Mona quedó sola, con la única opción de solicitar al inocente Daniel, quien jugaba con su hermanito Román.
La madre de Mona ordenó con tono cariñoso:
¡Vaya con Danielito!
La cobardía de Daniel se pulverizó ante el poder de aquellas palabras y la mirada suplicante de Mona. Así que acepto la misión, con tal de complacer a la señora madre de la niña que le estaba robando el corazoncito. Se puso de pié y salió presuroso delante de Mona, previo haber sugerido: ¡Trae una lámpara. Mona! Mona, operando como mecánicamente,tomó una con forma de bombilla y rápidamente la encendió con la mecha de la que ardía sobre la mesa del centro de la pequeña sala. A seguidas salió detrás de Daniel, quien contemplaba la oscuridad del patio y la espesura de los arbustos, sin más temor que el de que la lámpara se apagase a medio camino.
Llegaron a la letrina, la niña se acomodó con los pies sobre el
retrete y bajó sus patíes hasta los tobillos, tomó posición de cuclillas con ambos pies sobre el retrete se dispuso a realizar la urgente necesidad orgánica que al momento le atormentaba: todo esto sin pensar que frente a sí quedaba el pequeño Daniel, el cual con mirada atónita contemplaba todos sus movimientos.
Miraba fijamente la vagina de Mona, mientras exclamaba asombrado:
- ¡Un hoyo ¿Y tú estás viva ? ¿No te duele? ¿Quién te hizo eso?
Mona sin poder dar ninguna explicación ante el bombardeo de tan singulares interrogantes. respiró profundamente y solo dijo: ¡Cállate!

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