viernes, 11 de junio de 2010

Capitulo I.- Moriviví


Los Dominicanos tenemos la costumbre de nombrar a las personas y los animales, de acuerdo a la fecha de su nacimiento y a las circunstancias en que este hecho se produce; del mismo modo cambiamos el nombre o moteamos a personas y animales por señas particulares, formas físicas, mal formaciones, y deformaciones producidas por accidentes, como también, cuando la persona y animal se haya visto envuelta en hechos muy relevantes.
Este su nombre de pila lo ganó desde que se hallaba en el vientre de su madre: Sus bruscos movimientos y jugueteos en la matriz, mas los movimientos ariscos que efectuaba en la cama a pocos días de nacido, le ganaron el nombre de Daniel, en razón de la comparación con el rubito de revistas cómicas al que se denomina ‘Daniel el travieso”
Daniel cumplía el año y tres meses cuando comenzó a ponerse rojizo y caliente a causa del sarampión. La fiebre fue extremadamente alta, por lo que las convulsiones hicieron pronta aparición para agravar más el estado de salud de la criatura; a todo esto se sumo una tos que casi hacia explotar su pecho, faltaba el oxigeno y el pulso se hacia cada vez más débil; última convulsión, los ojos ocultaban las niñas tras los párpados, dejando entrever solo lo blanco; un suspiro profundo. cese del pulso, terminaron los latidos y el grito desesperado de la madre subió a los cielos; llantos y lamentos en la habitación donde se hallaba postrado, mientras en el patio posterior los tíos ordenaban la fabricación de una mortaja (vestido blanco, solo usado para enterrar a los difuntos) y un ataúd a la medida del angelito.
Entre la multitud de vecinos y curiosos que se apersonaban para confirmar que habría Baquiní (ceremonia folklórica alusiva a los actos fúnebres relativos a un infante difunto) se abría paso para llegar al lugar donde estaba postrado el difunto, una anciana vestida de blanco a quien todos miraban con extrañeza: logrado lo cual, ésta sentose en la cama a la mirada atónita de la madre del angelito y de todos los que lloraban con amargura su partida: hubo un silencio total en la habitación de modo que se escuchaba claramente todo lo que en el patio posterior se hablaba.
La señora de Blanco tomó entre sus brazos al niño y mientras acariciaba su cabeza, sonriendo decía: - ¡Ah muchachito que va a da’ agua de beber! Frotaba las plantas de los delicados piecitos y seguía sonriendo y hablando: - ¡Ay, piecitos que van a traer problemas!¡ Cuanta carpeta!
La madre experimentaba una especie de rabia extraña. Era fe por las palabras de la mujer, mezclada con furia e indignación por las ocurrencias de esta; sin embargo guardo silencio como todos y conservó la calma, mientras escuchaba a la extraña señora: - ¡Ajá como van mujeres detrás del bellaco! que piecitos! ¡Descanse, mi hijo! ¡Descanse!
Dicho esto último colocó al difunto en la cama, lo acomodó y de la misma manera que hizo entrada, hizo también salida.
Nadie conocía a la señora y en el barrio, fue la primera y última vez que se vio; como apareció, desapareció y hasta hoy nadie sabe de ella nada pero aún se comenta que habiendo ella salido de la habitación, el espíritu del angelito volvió a su cuerpo, abrió los ojos y se movió como quien despertara de un sueño profundo, despertando nuevamente la alegría entre sus parientes.
En el barrio todos le cambiaron el nombre y por muchos meses se llamó Moriviví (planta rastrera carnívora que cierra sus hojas al percibir calor y vida carnal). –

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