sábado, 19 de junio de 2010

Capitulo VI.- Sembrando dinero


Los amaneceres capotilleros, desde la óptica de Danielito, eran de los más hermosos del mundo. El día en casa de la abuela Prieta iniciaba a las seis de la mañana; ésta, luego de losa aseos de costumbre y las oraciones matinales se iba a la gran sala del rancho que a la vez era cocina, comedor y el lugar favorito de estar para pasar el tiempo, preparaba los anafes, uno de plomo y varios de hojas de zinc, poniendo trozos de que carbón que luego encendía con tiras de cuaba, previo rociado de un poquito de gas kerosene.
Era la ceremonia diaria de preparación del pre desayuno. La vieja ponía a hervir agua para colar café, lavaba el colador de tela después de haberle vaciado la borra del café del día anterior y mientras esperaba que el agua alcanzara temperatura de ebullición, o sea, que hirviera, iba batiendo con un molenillo de mano, el cual constaba de un palo vertical, cúbico que atravesando una especie de resorte o Spring de alambre al extremo inferior, uno o dos huevos de pato que luego mezclaba con nuez moscada (enemocada), azúcar y café amargo para producir lo que ella llamaba el ponche de la vida, su primer trago del día.
Eddy, el pequeño Ernesto y Danielito formaban una especie de círculo indio alrededor de uno de los anafes en compañía de la abuela Prieta, todos a la espera del singular desayuno: una jarra de café con dos o tres panes de agua.
Uno de los momentos más esperados por los pequeños era la salida de los tíos a sus respectivos lugares de trabajos habituales, pues para ellos, este era como especie de una hora de cobro de mesada, dado que cada uno de los tíos: el ti Jesús, El tío Carrao, El tío Ramón y Mingo salían como en desfile, dejando en las manos de cada sobrino dos tres, cinco y hasta diez centavos con los cuales se compraba un mundo en aquel entonces.
Algo natural en Daniel era la costumbre de ahorrar; esto unos lo hacían en alcancías de madera, otros en cerditos de cerámica, pero este chico lo hacía en una latita de jugo de pera, que después de habérsele vaciado el néctar él lavó y secó cuidadosamente, pus pudo ver que tenía a uno de sus bordes un agujero alargado que comenzaba en ovalo y terminaba cerrándose en un vértice a unos cinco centímetros de borde a vértice por donde cabían perfectamente monedas de casi todas las denominaciones, ecepto las de cincuenta centavos o medio peso.
Eddy observaba codiciosa las acciones e Daniel y lo vigilaba como quien quiere descubrir donde se guardaba éste su latita de dinero; pasó gran tiempo en ello, pero su espera fue inútil, no pudo lograrlo, por lo cual se le ocurrió la gran idea.
Ya el sol comenzaba a calentar, el desayuno había transcurrido y la abuela iniciaba la ceremonia de alimentar palomas, gallinas y patos que criaba dentro de la misma casa, a excepción de los patos, para los cuales había hecho preparar un enorme rejón en el patio trasero del rancho; turno de alimentar a los patos y como siempre, asido al faldón de la abuela, el pequeño Daniel, siguiendo junto a ella paso a paso todo el ceremonial.
Incitación al juego, Eddy se agachó próximo a uno de los setos de la casona y comenzó a cavar hoyuelos en los que aparentemente iba introduciendo algo que Daniel no podía distinguir, pero le llamó poderosamente la atención, así que soltó las faldas de la abuela y corrió a curiosear al lado de Eddy:- ¿Qué Haces? – preguntó y ésta con alta paciencia, como si ya lo hubiese calculado todo, respondió: - siembro mis cheles para tener más. Daniel muy sorprendido aseveró:- ¡pero los cheles no nacen!-

Eddy, como maestra que guía al inocente hacia el encuentro y aprendizaje de una gran lección de vida, lo toma de la mano y colocándose frente a él con sus ojos fijos en los ojos marrones del pequeño curioso, explicó: - los cheles si nacen, tu los entierra, luego les hecha agua y solo esperas, entonces nacerá una matita que parirá muchos cheles iguales.- Hizo un breve silencio, ante la mirada de sorpresa de Daniel, ordenándole luego: - ¡Ve busca los tuyos pa`que los sembremos también!
Daniel, convencido, pero como que a medias, corrió hacia el escondite bancario personal, tomó su alcancía improvisada, sacó algunas monedas y corriendo, y corriendo llegó al patio para junto a Eddy iniciar la siembra, hizo unos tres o cuatro hoyuelos y allí enterró sus monedas, las humedeció y luego se sentó sobre el suelo de tierra a esperar que nacieran.
Pasado un rato, al no ver resultados se dispuso a desenterrar sus monedas, pero Eddy inteligente afirmó: - es que si te quedas mirando no nacen. –
Daniel la escuchaba atento, pero desconfiado: - ¡déjalos solos y vuelve luego! ¡Verás que ya han nacido!
No muy seguro, medio vacilante, hizo lo que su primita le aconsejó, pero solo se alejó de su siembra por unos momentos, pues sentía el peso de la duda aun en su interior. Regresó al lugar de la siembra, pero lo que halló fue la tierra removida e inmediatamente salió en busca de Eddy acusándola de haber robado sus monedas, ésta fingiéndose inocente dijo ante la abuela, el enterró los cheles ahí y el diablo se los llevó. – Mirando a la abuela, como quien pide auxilio, continuó diciendo: - ¿Verdad, Gűela, que el diablo se roba el dinero que se entierra?. – y la abuela como por evitar problemas entre los chicos, respondió:- si, el dinero no se puede enterrar, porque Satán se los lleva. – Pero Daniel, que no se lo creó, gritó desesperado: - ¡Mis cuartos! El diablo eres tu, azarosa ¡Mis cuartos! – Y así terminó aquella mañana, con el pequeño Daniel corriendo tras la prima, blandiendo un garrote para golpearla, tratando de recuperar un dinero que nunca apareció y perdiendo casi totalmente la confianza en la noble costumbre del ahorro

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