sábado, 12 de junio de 2010

Capítulo V.- El gato de la abuela

La abuela Prieta tenia un gato negro al que casi adoraba por lo útil que este era en aquel enorme rancho, en el cual, en una misma cueva solían habitar ratones, cangrejos y a veces cacatas y alacranes. Mauricio, que así era su nombre, era un gato manso y tierno, pero un gran cazador.

Era época navideña, celebrada con la algarabía y alegría propia de los dominicanos; sumados a todo esto, el ambiente cobraba más colorido por coincidir con una tremenda campaña electoral en la cual se llamaba a los votantes a olvidar los odios y resentimientos cosechados en la guerra civil de 1965.

En la radio se hablaba mucho de un hombre que había sido la mano derecha del dictador Rafael Leonidas Trujillo, una especie de presidente títere que sirvió de apoyo a la dictadura, pero que ahora figuraba entre los favoritos para presidir el país, por otro lado por la misma radio eran frecuentes los llamados de una voz gruesa y agresiva en un programa llamado Tribuna Democrática; era la voz que decía ser nacionalista y revolucionaria de José Francisco Peña Gómez, un político a quienes muchos seguían y defendían y otros por el contrario, le discriminaban, llamándole haitiano.

La música alegre y contagiosa de la navidad dejaba en el aire un dulce sabor y grandes sentimientos de esperanza en grandes y chicos. Más que un 24 de diciembre, Danielito esperaba el día seis de enero, un día en el cual jugaría con los nuevos juguetes que los reyes magos dejarían bajo su cama o bajo su almohada.

Era muy frecuente ver pasar por el espacio aéreo de los manguitos, aviones y avionetas portando en la cola grandes letreros o arrojando papeles de propaganda política que la chiquillada perseguía con alborozo, sin importarle el tipo de mensaje que estos trajesen impresos. L a costumbre de estas avionetas varió por un día que pocos niños de esa época olvidarán; fue todo paralelamente, si por coincidencia o no, no lo se, con la transmisión por TV de una serie que se titulaba: Los paracaidistas: Una avioneta hizo aparición sobre El capotillo, dando vueltas y vueltas sobre Los manguitos, arrojando pequeños paracaídas cargados con juguetes de diferentes tipos, dejando por muchos días en la muchachada la fiebre del paracaidismo.

Danielito halló en las gavetas del armario de la abuela un viejo cono de hilo gangorra y concibió inmediatamente la idea de confeccionar un gran paracaídas: con seis trozos de hilo, todos de la misma longitud, construyó con un pedazo de plástico previamente redondeado, su gran invento; hizo un nudo que unió todos los extremos de los hilos en un solo punto; tomó dichos extremos y probó la efectividad del pequeño paracaídas, arrastrándolo con suavidad y rapidez en dirección contraria al viento ¡que sorpresa! ¡Funcionó! Listo el paracaídas ahora solo faltaba el paracaidista (el pasajero); los niños del sector usaban piedras, palos o muñecas, pero Danielito quería innovar.

Mauricio descansaba a los pies de uno de los muebles de palitos que adornaban en la sala, ronroneando con los ojos cerrados , mientras que el chico con el paracaidas entre sus manitas contemplaba calculador, analizando el asunto de las siete vidas que tienen los gatos y la posibilidad de que este no muriese si fuere escogido para probar su grandioso invento, pensando en lo horrado y afortunado que sería de ser el primer gato paracaidista del barrio.

El niño aprovechó la soledad, tomó suavemente a Mauricio, le amarró los trozos de gangorra que luego sujetó al paracaídas con fuertes nudos y resuelto escaló hasta el techo del gran rancho, envolvió el paracaídas a la espalda del gato negro y aventó a Mauricio hacia arriba con toda la fuerza que pudo.

Mauricio maulló desesperado, movió las patas, sacó las uñas y quedó envuelto en un paracaídas que nunca abrió. Danielito siguió su descenso desde el principio con la mirada en la esperanza de verlo caer como los paracaidistas de la TV, pero al final solo vio su cuerpo inmóvil sobre el duro suelo de caliche; dejó de creer en el asunto de las siete vidas del gato y se ocultó rápidamente para evitar la tunda que de seguro le daría la abuela Prieta, fue una decisión que tomó al escuchar a la tía Ñaña que gritó desde abajo: ¡Ay, mi madre!¡Ya le mató el gato a la vieja! ¡Bájate de ahí, infierno!

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