miércoles, 23 de junio de 2010

Capitulo VII.- QUEMADA DE CACHIMBO


Otro hermoso amanecer de los esperados por Daniel; esta vez con un ingrediente nuevo: el carbón escaseaba y el fuego tuvo que hacerse a base de leños colocados en el piso como en formando una pirámides que luego de encendidos la abuela colocó, formando un circulo sobre el cual puso su jarra negra, recubierta por el tizne y que era el depósito acostumbrado para colar el café del día.

Una señora extraña, de color claro, como el de la piel de Daniel, supuestamente pariente de la abuela, se sumó al circulo ceremonial alrededor del fogón. Se colocó a la izquierda del chico, exactamente, entre él y el pequeño Ernesto. La señora y la abuela conversaban animadamente, hablaban acerca del pasado de ambas, recordando y dando referencias de uno que otro pariente de aquellos que habían quedado en Valdécia, una comunidad sureña de la provincia Peravia que era de donde provenía la extraña.

En medio de la conversación, ademanes expresivos y movimientos de la extraña señora mantenían absortos a los niños, quienes miraban con extrañeza a la nueva componente del círculo.

Era costumbre de la abuela, al iniciar el reparto del café, entregar la primera jarra con sus respectivas raciones de pan a Danielito, pero esta vez hubo una variante, pues la primera en recibir las raciones fue la señora clara, cosa que no agradó para nada al pequeño, percibiéndolo inmediatamente la vieja abuela, una señora de sentido aguzado y extraordinaria sabiduría natural, adquirida con la lucha de los años y la gran experiencia y privilegio de haber criado diez muchachos, todos hijos de sus propias entrañas, por lo cual pasó a él la segunda ración para aminorar la carga de los celos.

La señora extraña tomó un leño encendido, sacó un viejo cachimbo (pipa), de entre sus pechos sacó una bolsita de la cual sustrajo tabaco molido, llenó la pipa y la encendió con el leño, echando grandes bocanadas de intoxicante humo que le salía por boca y nariz. Daniel continuaba a su derecha con pantalones cortos sostenidos por breteles y en posición cuclillas; la señora bajó la pipa y en un descuido, pegó la cara ardiente de la misma en el muslo izquierdo del niño, quemándolo sin aparentemente ninguna intención. Éste lanzó un estridente grito: ¡Mamá!- tomó un leño encendido en una rápida reacción y sin pensarlo dos veces lo hundió bajo las faldas de la señora que también yacía en cuclillas junto a él; la abuela reaccionó, aun no sabía que el chico estaba quemado, por lo cual pensó que aquello fue una reacción producto de los celos de éste, así que aunque con no mucha fuerza golpeó al pequeño por los glúteos, el cual en defensa gritó:- ¡ella me quemó primero, Gűela !- provocando esto el asombro de la abuela que amorosa colocó aceite en la quemada que ya había formado una ampolla redonda como del tamaño de una moneda de cinco centavos sobre el muslo de Danielito; mientras, reía a carcajadas, tratando de disimular, pero sin poder, viendo a la extraña correr desesperada de un lado a otro, agarrándose la vulva y diciendo, casi a gritos: ¡Me voy ya mismo! ¡Aquí no me quedo yo! ¡Ay no!

sábado, 19 de junio de 2010

Capitulo VI.- Sembrando dinero


Los amaneceres capotilleros, desde la óptica de Danielito, eran de los más hermosos del mundo. El día en casa de la abuela Prieta iniciaba a las seis de la mañana; ésta, luego de losa aseos de costumbre y las oraciones matinales se iba a la gran sala del rancho que a la vez era cocina, comedor y el lugar favorito de estar para pasar el tiempo, preparaba los anafes, uno de plomo y varios de hojas de zinc, poniendo trozos de que carbón que luego encendía con tiras de cuaba, previo rociado de un poquito de gas kerosene.
Era la ceremonia diaria de preparación del pre desayuno. La vieja ponía a hervir agua para colar café, lavaba el colador de tela después de haberle vaciado la borra del café del día anterior y mientras esperaba que el agua alcanzara temperatura de ebullición, o sea, que hirviera, iba batiendo con un molenillo de mano, el cual constaba de un palo vertical, cúbico que atravesando una especie de resorte o Spring de alambre al extremo inferior, uno o dos huevos de pato que luego mezclaba con nuez moscada (enemocada), azúcar y café amargo para producir lo que ella llamaba el ponche de la vida, su primer trago del día.
Eddy, el pequeño Ernesto y Danielito formaban una especie de círculo indio alrededor de uno de los anafes en compañía de la abuela Prieta, todos a la espera del singular desayuno: una jarra de café con dos o tres panes de agua.
Uno de los momentos más esperados por los pequeños era la salida de los tíos a sus respectivos lugares de trabajos habituales, pues para ellos, este era como especie de una hora de cobro de mesada, dado que cada uno de los tíos: el ti Jesús, El tío Carrao, El tío Ramón y Mingo salían como en desfile, dejando en las manos de cada sobrino dos tres, cinco y hasta diez centavos con los cuales se compraba un mundo en aquel entonces.
Algo natural en Daniel era la costumbre de ahorrar; esto unos lo hacían en alcancías de madera, otros en cerditos de cerámica, pero este chico lo hacía en una latita de jugo de pera, que después de habérsele vaciado el néctar él lavó y secó cuidadosamente, pus pudo ver que tenía a uno de sus bordes un agujero alargado que comenzaba en ovalo y terminaba cerrándose en un vértice a unos cinco centímetros de borde a vértice por donde cabían perfectamente monedas de casi todas las denominaciones, ecepto las de cincuenta centavos o medio peso.
Eddy observaba codiciosa las acciones e Daniel y lo vigilaba como quien quiere descubrir donde se guardaba éste su latita de dinero; pasó gran tiempo en ello, pero su espera fue inútil, no pudo lograrlo, por lo cual se le ocurrió la gran idea.
Ya el sol comenzaba a calentar, el desayuno había transcurrido y la abuela iniciaba la ceremonia de alimentar palomas, gallinas y patos que criaba dentro de la misma casa, a excepción de los patos, para los cuales había hecho preparar un enorme rejón en el patio trasero del rancho; turno de alimentar a los patos y como siempre, asido al faldón de la abuela, el pequeño Daniel, siguiendo junto a ella paso a paso todo el ceremonial.
Incitación al juego, Eddy se agachó próximo a uno de los setos de la casona y comenzó a cavar hoyuelos en los que aparentemente iba introduciendo algo que Daniel no podía distinguir, pero le llamó poderosamente la atención, así que soltó las faldas de la abuela y corrió a curiosear al lado de Eddy:- ¿Qué Haces? – preguntó y ésta con alta paciencia, como si ya lo hubiese calculado todo, respondió: - siembro mis cheles para tener más. Daniel muy sorprendido aseveró:- ¡pero los cheles no nacen!-

Eddy, como maestra que guía al inocente hacia el encuentro y aprendizaje de una gran lección de vida, lo toma de la mano y colocándose frente a él con sus ojos fijos en los ojos marrones del pequeño curioso, explicó: - los cheles si nacen, tu los entierra, luego les hecha agua y solo esperas, entonces nacerá una matita que parirá muchos cheles iguales.- Hizo un breve silencio, ante la mirada de sorpresa de Daniel, ordenándole luego: - ¡Ve busca los tuyos pa`que los sembremos también!
Daniel, convencido, pero como que a medias, corrió hacia el escondite bancario personal, tomó su alcancía improvisada, sacó algunas monedas y corriendo, y corriendo llegó al patio para junto a Eddy iniciar la siembra, hizo unos tres o cuatro hoyuelos y allí enterró sus monedas, las humedeció y luego se sentó sobre el suelo de tierra a esperar que nacieran.
Pasado un rato, al no ver resultados se dispuso a desenterrar sus monedas, pero Eddy inteligente afirmó: - es que si te quedas mirando no nacen. –
Daniel la escuchaba atento, pero desconfiado: - ¡déjalos solos y vuelve luego! ¡Verás que ya han nacido!
No muy seguro, medio vacilante, hizo lo que su primita le aconsejó, pero solo se alejó de su siembra por unos momentos, pues sentía el peso de la duda aun en su interior. Regresó al lugar de la siembra, pero lo que halló fue la tierra removida e inmediatamente salió en busca de Eddy acusándola de haber robado sus monedas, ésta fingiéndose inocente dijo ante la abuela, el enterró los cheles ahí y el diablo se los llevó. – Mirando a la abuela, como quien pide auxilio, continuó diciendo: - ¿Verdad, Gűela, que el diablo se roba el dinero que se entierra?. – y la abuela como por evitar problemas entre los chicos, respondió:- si, el dinero no se puede enterrar, porque Satán se los lleva. – Pero Daniel, que no se lo creó, gritó desesperado: - ¡Mis cuartos! El diablo eres tu, azarosa ¡Mis cuartos! – Y así terminó aquella mañana, con el pequeño Daniel corriendo tras la prima, blandiendo un garrote para golpearla, tratando de recuperar un dinero que nunca apareció y perdiendo casi totalmente la confianza en la noble costumbre del ahorro

sábado, 12 de junio de 2010

Capítulo V.- El gato de la abuela

La abuela Prieta tenia un gato negro al que casi adoraba por lo útil que este era en aquel enorme rancho, en el cual, en una misma cueva solían habitar ratones, cangrejos y a veces cacatas y alacranes. Mauricio, que así era su nombre, era un gato manso y tierno, pero un gran cazador.

Era época navideña, celebrada con la algarabía y alegría propia de los dominicanos; sumados a todo esto, el ambiente cobraba más colorido por coincidir con una tremenda campaña electoral en la cual se llamaba a los votantes a olvidar los odios y resentimientos cosechados en la guerra civil de 1965.

En la radio se hablaba mucho de un hombre que había sido la mano derecha del dictador Rafael Leonidas Trujillo, una especie de presidente títere que sirvió de apoyo a la dictadura, pero que ahora figuraba entre los favoritos para presidir el país, por otro lado por la misma radio eran frecuentes los llamados de una voz gruesa y agresiva en un programa llamado Tribuna Democrática; era la voz que decía ser nacionalista y revolucionaria de José Francisco Peña Gómez, un político a quienes muchos seguían y defendían y otros por el contrario, le discriminaban, llamándole haitiano.

La música alegre y contagiosa de la navidad dejaba en el aire un dulce sabor y grandes sentimientos de esperanza en grandes y chicos. Más que un 24 de diciembre, Danielito esperaba el día seis de enero, un día en el cual jugaría con los nuevos juguetes que los reyes magos dejarían bajo su cama o bajo su almohada.

Era muy frecuente ver pasar por el espacio aéreo de los manguitos, aviones y avionetas portando en la cola grandes letreros o arrojando papeles de propaganda política que la chiquillada perseguía con alborozo, sin importarle el tipo de mensaje que estos trajesen impresos. L a costumbre de estas avionetas varió por un día que pocos niños de esa época olvidarán; fue todo paralelamente, si por coincidencia o no, no lo se, con la transmisión por TV de una serie que se titulaba: Los paracaidistas: Una avioneta hizo aparición sobre El capotillo, dando vueltas y vueltas sobre Los manguitos, arrojando pequeños paracaídas cargados con juguetes de diferentes tipos, dejando por muchos días en la muchachada la fiebre del paracaidismo.

Danielito halló en las gavetas del armario de la abuela un viejo cono de hilo gangorra y concibió inmediatamente la idea de confeccionar un gran paracaídas: con seis trozos de hilo, todos de la misma longitud, construyó con un pedazo de plástico previamente redondeado, su gran invento; hizo un nudo que unió todos los extremos de los hilos en un solo punto; tomó dichos extremos y probó la efectividad del pequeño paracaídas, arrastrándolo con suavidad y rapidez en dirección contraria al viento ¡que sorpresa! ¡Funcionó! Listo el paracaídas ahora solo faltaba el paracaidista (el pasajero); los niños del sector usaban piedras, palos o muñecas, pero Danielito quería innovar.

Mauricio descansaba a los pies de uno de los muebles de palitos que adornaban en la sala, ronroneando con los ojos cerrados , mientras que el chico con el paracaidas entre sus manitas contemplaba calculador, analizando el asunto de las siete vidas que tienen los gatos y la posibilidad de que este no muriese si fuere escogido para probar su grandioso invento, pensando en lo horrado y afortunado que sería de ser el primer gato paracaidista del barrio.

El niño aprovechó la soledad, tomó suavemente a Mauricio, le amarró los trozos de gangorra que luego sujetó al paracaídas con fuertes nudos y resuelto escaló hasta el techo del gran rancho, envolvió el paracaídas a la espalda del gato negro y aventó a Mauricio hacia arriba con toda la fuerza que pudo.

Mauricio maulló desesperado, movió las patas, sacó las uñas y quedó envuelto en un paracaídas que nunca abrió. Danielito siguió su descenso desde el principio con la mirada en la esperanza de verlo caer como los paracaidistas de la TV, pero al final solo vio su cuerpo inmóvil sobre el duro suelo de caliche; dejó de creer en el asunto de las siete vidas del gato y se ocultó rápidamente para evitar la tunda que de seguro le daría la abuela Prieta, fue una decisión que tomó al escuchar a la tía Ñaña que gritó desde abajo: ¡Ay, mi madre!¡Ya le mató el gato a la vieja! ¡Bájate de ahí, infierno!

viernes, 11 de junio de 2010

Capitulo IV.- EL HOYO DE MONA



No se cuál haya sido la reacción de la mayoría de los hombres en el momento que tuvieron su primera experiencia erótica u observaron por primera vez una fémina en traje natural (desnuda), exhibiendo sus excitantes dones y exquisitas vergüenzas. En todo caso, no todos experimentarnos lo mismo, ni tenemos la misma reacción.

La madre de Daniel, vendió la casa de la “Avenida de los Mártires” para comprar otra el la “Cuarenta y dos” del barrio Capotillo, a sólo tres viviendas al Norte de la casa de la abuela “Prieta”, su madre En aquel tiempo, las casas de la Cuarenta y dos estaban una al lado de la otra, formando una recta, a diferencia de hoy, que las viviendas se hayan desordenadas, unas detrás de la otra: Otras compartiendo una pared de madera o de concreto otras cerrando uno que otro callejón.
Exactamente frente a la casa de Irene, la humilde madre de Daniel, vivía una señora banileja (oriunda de Baní, ciudad sureña de la República Dominicana) que respondía al nombre de Rafaela. Esta era la madre de dos niñas y dos niños: una de las niñas era adolescente, delgada, preciosa. de pelo negro y largo: tenía la boca pequeña, nariz fina y una mirada triste y perdida: era una niña delicada y pocas veces se la veía jugar en los patios con las demás chicas de su edad.
Era una noche tibia y oscura, sólo las lámparas jumeadoras (lámpara hecha a mano, que consiste en un envase de metal con una mecha de algodón y llena de gas queroseno y que despiden mucho humo) Iluminaban las casas al interior y el reflejo de la luz por ventanas y puertas hacía un poquito clara la vecindad. Los patios traseros de las viviendas eran lúgubres, grandes y algo fantasmagóricos.
Irene conversaba a la luz de las lámparas en casa de Rafaela, acompañada de Danielito,mientras que Román, Leno, Lili y Mona jugaban sentados en el piso, tratando de auscultar a la otra hermanita que hacía la de paciente de un hospital imaginario: cuando repentinamente aquel extraño movimiento como de tormenta tropical, ocurrió en la vejiga de Mona. Ella sudaba frío y se apretaba la vulva desesperadamente y no aguantando más dijo:
- Mami, quiero ir a la letrina!
- Pero vaya. ¿Quien se lo impide?- Contestó la madre de la niña; ésta a la vez ontestó:
¡Ajá! ¿Sola verdad? Irene compasiva intervino
Déjela ir acompañada, vecina. mire que la pobre tiene miedo.
¿A qué le tiene usted miedo? Preguntó Rafaela y sin esperar respuesta ordenó: — ¡Vaya rápido Y no repingue!
- ¡Lleve uno de esos muchachos.
Ninguno de sus hermanos quiso adentrarse en el montecito do se localizaba la letrina. El “cuco” podría estar cerca esperando a cualquier niño que le sirviera de cena: por lo que Mona quedó sola, con la única opción de solicitar al inocente Daniel, quien jugaba con su hermanito Román.
La madre de Mona ordenó con tono cariñoso:
¡Vaya con Danielito!
La cobardía de Daniel se pulverizó ante el poder de aquellas palabras y la mirada suplicante de Mona. Así que acepto la misión, con tal de complacer a la señora madre de la niña que le estaba robando el corazoncito. Se puso de pié y salió presuroso delante de Mona, previo haber sugerido: ¡Trae una lámpara. Mona! Mona, operando como mecánicamente,tomó una con forma de bombilla y rápidamente la encendió con la mecha de la que ardía sobre la mesa del centro de la pequeña sala. A seguidas salió detrás de Daniel, quien contemplaba la oscuridad del patio y la espesura de los arbustos, sin más temor que el de que la lámpara se apagase a medio camino.
Llegaron a la letrina, la niña se acomodó con los pies sobre el
retrete y bajó sus patíes hasta los tobillos, tomó posición de cuclillas con ambos pies sobre el retrete se dispuso a realizar la urgente necesidad orgánica que al momento le atormentaba: todo esto sin pensar que frente a sí quedaba el pequeño Daniel, el cual con mirada atónita contemplaba todos sus movimientos.
Miraba fijamente la vagina de Mona, mientras exclamaba asombrado:
- ¡Un hoyo ¿Y tú estás viva ? ¿No te duele? ¿Quién te hizo eso?
Mona sin poder dar ninguna explicación ante el bombardeo de tan singulares interrogantes. respiró profundamente y solo dijo: ¡Cállate!

Capitulo III.- En la zurza



Se trataba de una fuente natural, cuyas aguas cristalinas fluían de entre las piedras de una cueva, la cual no sé si llamar caverna. Dichas aguas llenaban un espacio de aproximadamente unos 35 metros cuadrados y se mezclaba por el Oeste con las aguas del Ozama o Isabela. Competía en belleza con otra fuente mayor que se hallaba próximo a la “Cañada del Diablo” y que por el azul cristalino de sus aguas los munícipes le llamaban “La Zurza Azul”. La nuestra por su tamaño se llamaba simplemente La Zurza” o “La Zurzita”. La Zurza fue el mudo testigo de muchos hechos: unos lamentables y otros graciosos hasta apasionantes. Era el lugar de esparcimiento por excelencia de los lugareños que Sábados y Domingos bajaban por montones (en masa) a disfrutar del frescor de sus limpias aguas: era el lavadero de las lugareñas, el hotel más barato de las mujercillas que se daban por centavos o gratuitamente; tambien, el hogar de hermosas especies acuáticas, como las anguilas, y gigantes camarones, entre otras.

La chiquillada llenaba las calles con su estrepitoso jugueteo, realizado de todas formas y modos imaginados. Un chico subía de la zurza con sus pantalones cortos rotos a un lado y con dos hoyos formando especie de anteojos en los glúteos, llevaba en su mano una latita oxidada que dejaba escapar gotitas de agua por el fondo el muchacho levantaba y bajaba la latita y pregonaba:

¡Cangrejitos por botones!
¡Cangrejitos por botones!
¡Cangrejitos por botones!
¡Cangrejitos por botones!

Los niños que escuchaban el pregón le añadían a coro:

¡Tu papá sin pantalones!
¡Tu papá sin pantalones!

Danielito había trepado a un limonero de frutos dulces plantado por la abuela Prieta a su llegada a la barriada, desde allí observaba a los niños jugando con botones colocados dentro de un trazo oval dibujado en la tierra caliza: tenía pantalones cortos que le molestaban y un enorme deseo de quitárselo que casi no soportaba: como se dice: ¡La Costumbre hace Ley la costumbre de Danielito no era precisamente estar siempre vestido. Desde lo alto del limonero pudo ver como un enorme muchacho delgado con pelo enlodado como pelo negro, aun siendo de piel canela, se acercaba al grupo que jugaba bajo el árbol,a la sombra ;venia totalmente desnudo alardeando de su bravura: ¡Llegué yo! ¡El Sirica! ¡coca. coca! ¡mandó la Iey ! a la par que hablaba tomaba para si los botones del óvalo. Los niños más veloces rescataron los botones que pudieron y los más débiles sólo lloraban y dejaban el lugar entre quejas. Sirica rió malicioso, varios niños le observaban como temerosos, pero una voz aguda brotó de entre las ramas del limonero:
- ¡Maldito abusador, encuerú!
¡ Encuerú, plátano crú’ -
Sirica furioso, miró al chico, señaló el camino Norte y desafiante gritó a Danielito:
¡Te espero en la zurza! — y Danielito aceptó: ¡Bien!
Un mar de niños iba tras Sirica camino a la zurza como filisteos acompañando a Goliat, animándole y a la vez desanimándole:
¡Dale duro al carajito pa’ que sepa quien es que manda!
¡Danielito te va a enterrá’ vivo!
¡Ese otro encuerú es una cacata!

La abuela escuchaba tos rumores y sabiendo del temperamento de su nieto y considerando la desventaja del chico en tamaño y fuerza frente a Sirica exclamó: ¡Eddy, ve a buscar a Daniel pa’ que no lo degrane el tíguere ese!
¡Ay, abuela, tu no sabe lo cojonú que es ese carajito! - dijo Eddy
¡Pero ta’ bien, déjame alcanzarlo!
Corrió presurosa camino abajo, hacia la Zurza. Llegó al fondo jadeando, a la rivera de la Zurza un circulo de niños rodeaba a Danielito y a Sirica que rodaban dándose trompadas en el lodo, Sirica se puso en pie. tomó pose de Karateca y el pequeño Daniel hecho una fiera, pies y manos en el lodo, fija la mirada en su presa, se lanzó con extraordinaria agilidad sobre el cuello de Sirica que se hallaba de espaldas al agua. Como sí volaran, cual superhéroes de caricaturas, los dos chicos cayeron al agua tragando de aquel líquido salobre hasta más no poder. uno desesperado, tratando de zafarse del agarre mortal de que era preso el otro apretando con fiereza el cuello del Goliat del patio; Eddy pudo ver la gravedad que los niños divertidos no pudieron notar, se lanzó al rescate, tomó a Danielito, rodeando su cinturita con sus brazos, lo levantó con fuerza, mientras le decía: — ¡Ya Encuerú, suéltalo! ¡lo vas a matar — ¡Suéltalo, ya ganaste!
La fiera respiraba agitada. la victima salía del agua, llorando y tosiendo. mientras abandonaba el escenario de lucha, corriendo a prisa: los demás niños sonreían burlones y observaban sorprendidos al vencedor, murmurando: ¡Es un tíguere! ¡Es un diablo!
Ya retornaba la calma. Eddy subía por el camino tomando a Danielito de la mano. Este amenazante después de un largo silencio protestó: ¡Yo no soy encuerú, oíste! - y ella aconsejó: ¡pues no te quites la ropa que te ponen, me oyes!

Capitulo II.- Ají tití



El mundo de los niños es muy diferente al mundo adulto, aún existan asnos que sigan con la creencia de que los infantes son hombres y mujeres pequeños, sin tornar en cuenta lo diferente que es en cada uno la percepción del mundo real.

Doña Chica, la madre de Sirica, Pesadilla de muchos años para Danielito, vendía cerezas por jarra: un cuarto de jarra de una libra de salsa. lo cotizaba lleno de cerezas en un centavo, de ahí que en tiempos de esa sabrosa y agridulce fruta, la entrada delantera de la casa de Doña Chica se mantuviera repleta de niños que procuraban comprar su porción de cerezas.
El afortunado Danielito siempre tenía centavos que disponer para
estos menesteres, así que cada día era de los primeros en tocar la puerta
pedir con grito estridente:
-¡Un chele de cerezas!
- ¡calla, carajito bocón que ya te oí!
-¡me da muchas!
- ¡claro, un chele, toma!

Eddy era hasta esos días la prima menor de Danielito, tan traviesa y maliciosa como un aula de estudiantes indisciplinados. Esta sabia del especial agrado que a Danielito causaban las cerezas, pero también que éste aún no conocía la planta que la producía. La escasa edad del infante y su inocencia le llevaban a comparar las cosas e identificarlas por formas: colores, por esto Eddy ideo jugarle una broma muy pesada.

Eran alrededor de las 10:00 de la mañana hora ideal para bajar a la zurza y darse un delicioso baño: la zurza estaba a escasamente medio kilómetro de la vivienda de la” Vieja Prieta”. El sector se denominaba “Los Manguitos” y se hallaba ubicado en el Barrio Capotillo de Santo Domingo.

Se trataba de una barriada entre cañadas y río: una cañada por el Norte, una cañada por el Este, el río Isabela u Ozama por el Oeste. ¡Un río con dos nombres! Eso nunca logró entenderlo Danielito.
Eddy invitó al inocente, previo haber conseguido el permiso de la abuela. Danielito aceptó gustoso. Tomaron el angosto camino, ella delante el pequeñito de carita redondeada, orejas pequeñas y paradas hacia delante, detrás, dando pasos y brinquitos tímidos. Todavía se podía escuchar el cantar de los pájaros, mezclado con el croar de las ranas y sapos entre la aún espesa vegetación que podía observarse. La respiración del chiquillo se agitaba; el descenso era cada vez más difícil, la brisa jugueteaba con su pelo negro-rojizo, maltratado por el sol: el ruido de las olas. a se podía escuchar cercano: - ¡Por fin! ¡Quítate el pantalón y al agua tiguerito
Fue un baño delicioso, pero poco duradero: el momento del ascenso
llegó: Eddy) tomó al niño de la mano comenzó a subir; por momentos se
detenían, descansaban y nuevamente a caminar

-¿Dani, quieres cerezas?
-¡Sí tu me las compras!

- No hay que comprarlas, pues allí delante hay una mata llenita y que no es de nadie, Cuando lleguemos, puedes tomar las que quieras.-
El inocente comenzó a imaginar el sabor agridulce de la fruta, la boca se le hizo agua y sus pasitos se aceleraron de tal modo que ya iba delante de Eddy.
¡Hey! ¡Para, para! ¡Te pasaste! - Se deslizó con premura e interrogó:
- ¿Dónde está la mata? Eddy hizo un leve giro a la izquierda se adentró un poco entre los arbustos: - ¡Ven, no te quedes ahí! ¡Aquí está la mata! –
Danielito entró de prisa y allí estaba la planta, verde, hermosa, llena de frutos rojos y redondos, a lo que asombrado exclamó: -Cuántas cerezas!
Eddy reclamó: -¡Oh! ¿Ahora te va queda’ parao’! ¡Come! — El niño tomó una fruta y notó que era más arrugada que las que vendía Doña Chica: ¿pero estas no son iguales que las otras? Eddy motivadora agregó: -Pero son cerezas! ¡Come, come!...
El niño solidario pero un poco dudoso aún preguntó: ¿por que tú no comes? ¡Coge también tu y come! Eddy estiró sus manos, tomó una fruta la llevó a su boca. Danielito la imitó y mordió la fruta con deseo, sus ojos enrojecieron, humedecieron, la expresión de alegría se borró de repente, escupió y luego con un grito desesperado: - ¡Mamá! - Miró al suelo, tomó piedras, pero cuando quiso lanzarlas contra Eddy, ya ésta iba lejos, corriendo y riendo a carcajadas.

Al rato.- ¿Por qué llora Danielito? - Preguntó la abuela Eddy fingiéndose inocente dijo: -Yo no sé.
— ¡vaya a alcanzarlo! ¿Cómo lo deja usted subir sólo por ahí?
Sin embargo ya no era necesario, pues ya había llegado entre lágrimas y pasándose desesperadamente las manos por la boca explicó cómo pudo lo que aconteció. La abuela reaccionó indignada, pero Eddy pudo escapar de los azotes.
Llegada la tarde, creyendo todo olvidado, Eddy tomó sus muñecas y otros juguetes, para jugar fantaseando. La abuela estaba extrañada y para si se preguntó: ¿Dónde estará ese diablito?
Eddy jugaba imaginándose ama de casa, hablando consigo misma, mientras fingía las voces de sus amigos imaginarios, a la vez que simulaba cocinar en su anafito de plomo: en sus vasijas de juguete se observan frutas rojas de diferentes tamaños y formas que hacían las veces del supuesto alimento que aquella madrecita de fantasía preparaba para su familia.
Unas manitas delicadas aparecieron repentinamente delante de sus ojos;
frotando fuertemente entre ellos y el resto de la cara de Eddy frutos rojos,
como machacados por piedra. El grito no se hizo esperar: - ¡ay mamá! ¡Este maldito! ¡Aaah!
¿Qué paso?
- Qué le hice comer cerezas de la que ella me dio. Eddy incómoda, llorando exclamo: - ¡Qué maldita cereza, eso no es cereza, eso es ají titi!
- ¡Oh, ahora no son cerezas! - Exclamó el niño.
La abuela, sonriendo, pero fingiéndose indignada hizo ademanes de dar unas nalgadas al bellaco, al cual les parecieron caricias, mientras disfrutaba maliciosamente su venganza.
¡Pero dale azúcar como a mí!- a lo que Eddy grito: ¿Azúcar en los ojos? ¡Ese maldito! - Danielito con mucha calma y naturalidad, como quien analiza, decía: - ¡ají Pipí ¡Ají Titi! ¡Oh, pero hay redondos, larguitos!.. ¿Mamá, hay ají larguitos?

Capitulo I.- Moriviví


Los Dominicanos tenemos la costumbre de nombrar a las personas y los animales, de acuerdo a la fecha de su nacimiento y a las circunstancias en que este hecho se produce; del mismo modo cambiamos el nombre o moteamos a personas y animales por señas particulares, formas físicas, mal formaciones, y deformaciones producidas por accidentes, como también, cuando la persona y animal se haya visto envuelta en hechos muy relevantes.
Este su nombre de pila lo ganó desde que se hallaba en el vientre de su madre: Sus bruscos movimientos y jugueteos en la matriz, mas los movimientos ariscos que efectuaba en la cama a pocos días de nacido, le ganaron el nombre de Daniel, en razón de la comparación con el rubito de revistas cómicas al que se denomina ‘Daniel el travieso”
Daniel cumplía el año y tres meses cuando comenzó a ponerse rojizo y caliente a causa del sarampión. La fiebre fue extremadamente alta, por lo que las convulsiones hicieron pronta aparición para agravar más el estado de salud de la criatura; a todo esto se sumo una tos que casi hacia explotar su pecho, faltaba el oxigeno y el pulso se hacia cada vez más débil; última convulsión, los ojos ocultaban las niñas tras los párpados, dejando entrever solo lo blanco; un suspiro profundo. cese del pulso, terminaron los latidos y el grito desesperado de la madre subió a los cielos; llantos y lamentos en la habitación donde se hallaba postrado, mientras en el patio posterior los tíos ordenaban la fabricación de una mortaja (vestido blanco, solo usado para enterrar a los difuntos) y un ataúd a la medida del angelito.
Entre la multitud de vecinos y curiosos que se apersonaban para confirmar que habría Baquiní (ceremonia folklórica alusiva a los actos fúnebres relativos a un infante difunto) se abría paso para llegar al lugar donde estaba postrado el difunto, una anciana vestida de blanco a quien todos miraban con extrañeza: logrado lo cual, ésta sentose en la cama a la mirada atónita de la madre del angelito y de todos los que lloraban con amargura su partida: hubo un silencio total en la habitación de modo que se escuchaba claramente todo lo que en el patio posterior se hablaba.
La señora de Blanco tomó entre sus brazos al niño y mientras acariciaba su cabeza, sonriendo decía: - ¡Ah muchachito que va a da’ agua de beber! Frotaba las plantas de los delicados piecitos y seguía sonriendo y hablando: - ¡Ay, piecitos que van a traer problemas!¡ Cuanta carpeta!
La madre experimentaba una especie de rabia extraña. Era fe por las palabras de la mujer, mezclada con furia e indignación por las ocurrencias de esta; sin embargo guardo silencio como todos y conservó la calma, mientras escuchaba a la extraña señora: - ¡Ajá como van mujeres detrás del bellaco! que piecitos! ¡Descanse, mi hijo! ¡Descanse!
Dicho esto último colocó al difunto en la cama, lo acomodó y de la misma manera que hizo entrada, hizo también salida.
Nadie conocía a la señora y en el barrio, fue la primera y última vez que se vio; como apareció, desapareció y hasta hoy nadie sabe de ella nada pero aún se comenta que habiendo ella salido de la habitación, el espíritu del angelito volvió a su cuerpo, abrió los ojos y se movió como quien despertara de un sueño profundo, despertando nuevamente la alegría entre sus parientes.
En el barrio todos le cambiaron el nombre y por muchos meses se llamó Moriviví (planta rastrera carnívora que cierra sus hojas al percibir calor y vida carnal). –