viernes, 11 de junio de 2010

Capitulo III.- En la zurza



Se trataba de una fuente natural, cuyas aguas cristalinas fluían de entre las piedras de una cueva, la cual no sé si llamar caverna. Dichas aguas llenaban un espacio de aproximadamente unos 35 metros cuadrados y se mezclaba por el Oeste con las aguas del Ozama o Isabela. Competía en belleza con otra fuente mayor que se hallaba próximo a la “Cañada del Diablo” y que por el azul cristalino de sus aguas los munícipes le llamaban “La Zurza Azul”. La nuestra por su tamaño se llamaba simplemente La Zurza” o “La Zurzita”. La Zurza fue el mudo testigo de muchos hechos: unos lamentables y otros graciosos hasta apasionantes. Era el lugar de esparcimiento por excelencia de los lugareños que Sábados y Domingos bajaban por montones (en masa) a disfrutar del frescor de sus limpias aguas: era el lavadero de las lugareñas, el hotel más barato de las mujercillas que se daban por centavos o gratuitamente; tambien, el hogar de hermosas especies acuáticas, como las anguilas, y gigantes camarones, entre otras.

La chiquillada llenaba las calles con su estrepitoso jugueteo, realizado de todas formas y modos imaginados. Un chico subía de la zurza con sus pantalones cortos rotos a un lado y con dos hoyos formando especie de anteojos en los glúteos, llevaba en su mano una latita oxidada que dejaba escapar gotitas de agua por el fondo el muchacho levantaba y bajaba la latita y pregonaba:

¡Cangrejitos por botones!
¡Cangrejitos por botones!
¡Cangrejitos por botones!
¡Cangrejitos por botones!

Los niños que escuchaban el pregón le añadían a coro:

¡Tu papá sin pantalones!
¡Tu papá sin pantalones!

Danielito había trepado a un limonero de frutos dulces plantado por la abuela Prieta a su llegada a la barriada, desde allí observaba a los niños jugando con botones colocados dentro de un trazo oval dibujado en la tierra caliza: tenía pantalones cortos que le molestaban y un enorme deseo de quitárselo que casi no soportaba: como se dice: ¡La Costumbre hace Ley la costumbre de Danielito no era precisamente estar siempre vestido. Desde lo alto del limonero pudo ver como un enorme muchacho delgado con pelo enlodado como pelo negro, aun siendo de piel canela, se acercaba al grupo que jugaba bajo el árbol,a la sombra ;venia totalmente desnudo alardeando de su bravura: ¡Llegué yo! ¡El Sirica! ¡coca. coca! ¡mandó la Iey ! a la par que hablaba tomaba para si los botones del óvalo. Los niños más veloces rescataron los botones que pudieron y los más débiles sólo lloraban y dejaban el lugar entre quejas. Sirica rió malicioso, varios niños le observaban como temerosos, pero una voz aguda brotó de entre las ramas del limonero:
- ¡Maldito abusador, encuerú!
¡ Encuerú, plátano crú’ -
Sirica furioso, miró al chico, señaló el camino Norte y desafiante gritó a Danielito:
¡Te espero en la zurza! — y Danielito aceptó: ¡Bien!
Un mar de niños iba tras Sirica camino a la zurza como filisteos acompañando a Goliat, animándole y a la vez desanimándole:
¡Dale duro al carajito pa’ que sepa quien es que manda!
¡Danielito te va a enterrá’ vivo!
¡Ese otro encuerú es una cacata!

La abuela escuchaba tos rumores y sabiendo del temperamento de su nieto y considerando la desventaja del chico en tamaño y fuerza frente a Sirica exclamó: ¡Eddy, ve a buscar a Daniel pa’ que no lo degrane el tíguere ese!
¡Ay, abuela, tu no sabe lo cojonú que es ese carajito! - dijo Eddy
¡Pero ta’ bien, déjame alcanzarlo!
Corrió presurosa camino abajo, hacia la Zurza. Llegó al fondo jadeando, a la rivera de la Zurza un circulo de niños rodeaba a Danielito y a Sirica que rodaban dándose trompadas en el lodo, Sirica se puso en pie. tomó pose de Karateca y el pequeño Daniel hecho una fiera, pies y manos en el lodo, fija la mirada en su presa, se lanzó con extraordinaria agilidad sobre el cuello de Sirica que se hallaba de espaldas al agua. Como sí volaran, cual superhéroes de caricaturas, los dos chicos cayeron al agua tragando de aquel líquido salobre hasta más no poder. uno desesperado, tratando de zafarse del agarre mortal de que era preso el otro apretando con fiereza el cuello del Goliat del patio; Eddy pudo ver la gravedad que los niños divertidos no pudieron notar, se lanzó al rescate, tomó a Danielito, rodeando su cinturita con sus brazos, lo levantó con fuerza, mientras le decía: — ¡Ya Encuerú, suéltalo! ¡lo vas a matar — ¡Suéltalo, ya ganaste!
La fiera respiraba agitada. la victima salía del agua, llorando y tosiendo. mientras abandonaba el escenario de lucha, corriendo a prisa: los demás niños sonreían burlones y observaban sorprendidos al vencedor, murmurando: ¡Es un tíguere! ¡Es un diablo!
Ya retornaba la calma. Eddy subía por el camino tomando a Danielito de la mano. Este amenazante después de un largo silencio protestó: ¡Yo no soy encuerú, oíste! - y ella aconsejó: ¡pues no te quites la ropa que te ponen, me oyes!

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