miércoles, 23 de junio de 2010

Capitulo VII.- QUEMADA DE CACHIMBO


Otro hermoso amanecer de los esperados por Daniel; esta vez con un ingrediente nuevo: el carbón escaseaba y el fuego tuvo que hacerse a base de leños colocados en el piso como en formando una pirámides que luego de encendidos la abuela colocó, formando un circulo sobre el cual puso su jarra negra, recubierta por el tizne y que era el depósito acostumbrado para colar el café del día.

Una señora extraña, de color claro, como el de la piel de Daniel, supuestamente pariente de la abuela, se sumó al circulo ceremonial alrededor del fogón. Se colocó a la izquierda del chico, exactamente, entre él y el pequeño Ernesto. La señora y la abuela conversaban animadamente, hablaban acerca del pasado de ambas, recordando y dando referencias de uno que otro pariente de aquellos que habían quedado en Valdécia, una comunidad sureña de la provincia Peravia que era de donde provenía la extraña.

En medio de la conversación, ademanes expresivos y movimientos de la extraña señora mantenían absortos a los niños, quienes miraban con extrañeza a la nueva componente del círculo.

Era costumbre de la abuela, al iniciar el reparto del café, entregar la primera jarra con sus respectivas raciones de pan a Danielito, pero esta vez hubo una variante, pues la primera en recibir las raciones fue la señora clara, cosa que no agradó para nada al pequeño, percibiéndolo inmediatamente la vieja abuela, una señora de sentido aguzado y extraordinaria sabiduría natural, adquirida con la lucha de los años y la gran experiencia y privilegio de haber criado diez muchachos, todos hijos de sus propias entrañas, por lo cual pasó a él la segunda ración para aminorar la carga de los celos.

La señora extraña tomó un leño encendido, sacó un viejo cachimbo (pipa), de entre sus pechos sacó una bolsita de la cual sustrajo tabaco molido, llenó la pipa y la encendió con el leño, echando grandes bocanadas de intoxicante humo que le salía por boca y nariz. Daniel continuaba a su derecha con pantalones cortos sostenidos por breteles y en posición cuclillas; la señora bajó la pipa y en un descuido, pegó la cara ardiente de la misma en el muslo izquierdo del niño, quemándolo sin aparentemente ninguna intención. Éste lanzó un estridente grito: ¡Mamá!- tomó un leño encendido en una rápida reacción y sin pensarlo dos veces lo hundió bajo las faldas de la señora que también yacía en cuclillas junto a él; la abuela reaccionó, aun no sabía que el chico estaba quemado, por lo cual pensó que aquello fue una reacción producto de los celos de éste, así que aunque con no mucha fuerza golpeó al pequeño por los glúteos, el cual en defensa gritó:- ¡ella me quemó primero, Gűela !- provocando esto el asombro de la abuela que amorosa colocó aceite en la quemada que ya había formado una ampolla redonda como del tamaño de una moneda de cinco centavos sobre el muslo de Danielito; mientras, reía a carcajadas, tratando de disimular, pero sin poder, viendo a la extraña correr desesperada de un lado a otro, agarrándose la vulva y diciendo, casi a gritos: ¡Me voy ya mismo! ¡Aquí no me quedo yo! ¡Ay no!

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